miércoles, 15 de febrero de 2017

La vainilla

Cuenta una antigua leyenda que hace muchos años vivió en Méjico una bella muchacha que pertenecía a una familia muy importante y rica de su ciudad. Tanto era así, que su casa era un palacio en el que gozaba de todas las comodidades y lujos que uno pueda imaginar.

Un día, Xanath, que así se llamaba, salió a pasear y conoció a un guapo joven llamado Tzarahuín. Se trataba de un muchacho pobre que vivía en una cabaña de madera cerca del bosque. Por descontado, su vida sencilla y sin pretensiones no tenía nada que ver con la de ella, que era casi como la de una princesa.



Sin embargo,  ya sabéis que el amor nace de la forma más inesperada: en el momento en que sus miradas se cruzaron por primera vez, se enamoraron perdidamente.

Cada tarde, Xanath se ausentaba de su casa con cualquier excusa y buscaba la manera de encontrarse en un lugar apartado con Tzarahuín. A medida que pasaban los días más se amaban y más deseaban estar juntos a todas horas. Xanath sabía que sus padres jamás aceptarían que se casara con alguien tan humilde que no tenía nada que ofrecerle. La única opción para disfrutar de su amor, era verse a escondidas y en secreto.

Sucedió que una tarde, después de ver a su querido Tzarahuín, Xanath  pasó junto al templo más importante de la montaña. Caminaba despacio, tarareando una linda canción y luciendo una hermosa sonrisa que reflejaba su felicidad. Para su desgracia, uno de los dioses que vivían en el templo la vio y se quedó tan fascinado por su hermosura, que también se enamoró de ella a primera vista.

Era dios de la felicidad, un ser poderoso que, de inmediato, decidió que sería su esposa a toda costa. Sin perder tiempo, salió a su encuentro y empezó a seguirla. Xanath le vio por el rabillo del ojo e intentó esquivar su presencia, pero el dios consiguió cortarle el paso y le propuso matrimonio.

 La joven, asustada, le rechazó ¡Jamás se casaría con otra persona que no fuera su querido Tzarahuín! Pero él insistió e insistió hasta la saciedad ¡No aceptaba un no por respuesta! Xanath se negó una y mil veces y al final, el dios no pudo contener su enfado y la amenazó gritando que algún día, se arrepentiría de haberle tratado tan mal.

La chica regresó a su casa muy sofocada e intentó olvidar lo sucedido. Para nada imaginaba que el dios no iba a rendirse fácilmente. De hecho, en cuanto la perdió de vista, mandó un mensajero a casa de la muchacha e invitó a su padre a visitarle al templo. El viejo se sintió muy feliz y halagado de que una divinidad tan importante quisiera conocerle y acudió a la cita vestido con sus mejores galas.

El dios de la felicidad pretendía hacer amistad con él para ganarse su confianza, así que le trató como a un rey y le colmó de regalos. Antes de despedirse, cuando ya lo tenía engatusado, le pidió la mano de Xanath. El hombre, muy emocionado, no lo dudó y prometió que su preciosa  hija se casaría con él.

Al día siguiente, fue el dios quien se presentó en casa de la muchacha. El padre le recibió con alegría y la mandó llamar. Xanath bajó la escalinata y estuvo a punto de desmayarse cuando vio que el dios estaba allí porque seguía empeñado en casarse con ella. Desesperada, se echó a llorar y no quiso ni dirigirle la palabra.

El dios, enfurecido, empezó a maldecir y juró que si no se casaba con él no se casaría con nadie  ¡Estaba que se subía por las paredes! Levantó la mano y le lanzó un conjuro que la transformó para siempre en una preciosa flor de suaves y delicados pétalos amarillos ¿Sabéis cómo se llama esa flor? Su nombre es vainilla.

Desde entonces, esta planta de la familia de las orquídeas, se encuentra en muchos lugares del mundo. De sus vainas se extrae la esencia que utilizamos para hacer los postres y helados que tanto nos gustan a niños y mayores.

¿Crees que te acordarás de la conmovedora historia de Xanath cada vez que pruebes su  dulce y delicioso sabor?…


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